Una de las mejores experiencias de mi vida la tuve en mi semestre de intercambio en Australia. Fue muy raro como uno de los peores días de mi vida, se convirtió en uno de los mejores. Íbamos llegando a Cairns, una ciudad en Australia famosa por sus tours al Great Barrier Reef, el arrecife más grande del mundo. Teníamos ya reservado nuestro tour para snorkelear y bucear. Yo nunca había buceado en mi vida entonces no sabía que esperar.
Apenas nos subimos al barco me empecé a dar cuenta de lo mucho que se movía. Toda la vida me he mareado, soy la típica que trae Dramamine en la bolsa pues prácticamente me mareo en cualquier tipo de transporte. Cuando en la primera explicación de seguridad dijeron que si alguien se mareaba se fuera a la parte de atrás del barco, sabía que me la iba a pasar ahí todo el tiempo. El guía estaba contando que el récord de más vómitos (que medían por bolsitas) eran 20, todos se rieron y yo me empecé a poner nerviosa. “Probablemente lo vaya a romper yo”, pensé. Claro que apenas empezó el recorrido de 3 horas vomité el desayuno y no dejé de vomitar. Estaba pálida y la gente ya se estaba poniendo los wetsuits para snorkelear. Me recomendaron que nadara un rato, pues apenas tocas el agua se baja un poco la náusea. Un poco incrédula me puse a nadar y apenas vi todos los corales y pececitos me puse de mejor humor. Aún así me cansé y volví al barco, que apenas puse un pie encima me volví a marear.
Ya estaba pálida y cansada cuando empezaron a llamar los grupos para bajar a bucear. Yo estaba convencida que si bajaba me iba a desmayar. Mis amigas me decían: “ya viniste hasta acá, mínimo inténtalo. Te va dar más coraje no bajar”. Llorando me puse el wetsuit, y se acercó una guía que mientras me ayudaba me dijo: “llevo 30 años siendo guía de buceo y hasta la fecha me sigo mareando, vas a bajar y te vas a enamorar del mar”. Me puse a pensar qué tanto valdría la pena para que esta guía decidiera sentirse mareada por 30 años. El guía que nos iba acompañar vino conmigo y me dijo que iba a dejar mi grupo para el final, que tomara mucha agua y que regresaba por mí. No sé porque lo vi tan convencido que decidí creerle.
Nos empezaron a explicar como respirar con los tanques de oxígeno, nivelar la presión en las orejas y las señales que se usan bajo el agua para comunicarnos. El guía nos llevaba del brazo y me sentí muy segura. Mientras nadábamos a un lado del arrecife entendí lo que me decía la guía antes, era muy difícil ver todo eso y no enamorarse. Tenía una sonrisa de oreja a oreja y me sentí como niña chiquita viendo documentales de National Geographic (porque sí era una de las cosas que hacía de chiquita, así de nerd soy). Cuando subimos, nos preguntaron si íbamos a querer volver a bajar. Apenas me preguntaron dije que sí, seguía demasiado impresionada. Además, no quería estar ni un minuto extra en ese barco.
El camino de regreso no fue mejor para mi estómago pero mínimo la había pasado muy bien en el mar. Acabé por romper el récord llenando 30 bolsitas, pero valió la pena, hubiera llenado hasta 50 más. Fue una experiencia muy diferente porque nunca había vivido algo que me dejara esa felicidad todo el día. Brincaba de la emoción acordándome y luego lloraba desesperada por lo mareada. Cuando llegué a tierra firme, casi le doy un beso al piso. Acabándome 2 gatorades enteros y mucha agua después, me puse a pensar todo lo que había pasado ese día. Experimenté DEMASIADAS emociones en un solo día: depresión, miseria, euforia y aceptación de la miseria otra vez. Las cosas que valen la pena siempre cuestan trabajo y hay tanto que agradecer, que es mejor concentrarse en eso.
-María
-CHECKLIST®